Comenc a hacer mi maleta en espera de que se retractara, lo cual sola ocurrir: podamos alegar durante horas sin llegar a ningn lado, pero en el momento en que yo usaba el recurso de esfumarme, ella cambiaba de actitud, se pona en medio, me peda que no me fuera y yo aprovechaba para lanzar blasfemias, e insultos superlativos. Era una forma de recuperar mi autoridad. No era la mejor, pero a veces me senta tan infeliz y devaluado, que precisaba echar mano de cualquier recurso para lograr respeto. En la empresa, la gente me trataba con gran deferencia: los empleados me adulaban, las secretarias me brindaban un trato delicado, los proveedores me llevaban regalos y nadie poda entrar a mi oficina sin previa cita. En mi hogar, en cambio, yo era el viejo, el ogro, el grun, el panzn; cuando llegaba, las risas se apagaban y las conversaciones entusiastas entre mi esposa y mi hijo se desvanecan.